En la tarde-noche del
sábado 12 de mayo Madrid volvió a vivir otra jornada que no debe ser olvidada,
sobre todo por su relevancia. La Puerta del Sol no pudo ser desalojada a las 10
de la noche, tal como se comprometió la delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes.
Habría sido un suicidio del orden público, a pesar de los recursos de malos
leguleyos de última hora con los que se pretendió reforzar el ministerio del
Interior. Todos los engranajes que han precedido esta jornada y la actuación
con la que nos vienen obsequiando estos aprendices de brujo, entusiastas amigos
de la cachiporra gubernamental, apunta a unos modos de regentar la cosa pública
a golpe de Decretos Leyes mucho más próxima de una dictadura que de la exigible
transparencia democrática.
Y estos gritos, a veces mudos en su propuesta como el clamor de la media
noche de ayer, son con los que por fuerza nos tenemos que solidarizar. Es
cierto que, a la vista de la espantada del 70% de los electores que permitió
que un 30% elevase a la mayoría absoluta a la derecha menos presentable de
Europa (en cuanto a su falta probada de eficacia, contumacia en recetas
neoliberales ruinosas y sordera al clamor de la ciudadanía desesperada), muchas
voces críticas censuraron la falta de definición del M-15-M. Incluso se volvió
a oír el reproche de no atreverse a formar un partido político que aglutinase
toda esa indignación, huérfana de cauces al uso de partitocracia.
Este es precisamente el
punto que intentaré analizar someramente, para colaborar a arrojar algo de luz
en la línea del 15-M, y ver de esa forma si existe una racionalidad en sus
planteamientos globales, y coherencia en los puntos concordantes con la idea de
abominar de esta evidente falta de eficacia de los partidos políticos
tradicionales.
La ciudadanía está harta, y ahora es una
afirmación casi mundial, de que los políticos profesionales se presenten como
depositarios de un fondo casi infinito de confianza de los ciudadanos que pagan
impuestos con muy pocas contraprestaciones, ese 99% que soportamos, inermes o
resignados, el peso de la financiación del Estado y de otras muchas más
instancias no tan evidentes, como los especuladores financieros a los que se
les agrupa como invisibles, impunes y arruinadores mercados. Por supuestos son
mercados presuntamente sin ideología definible que buscan, por encima de todo,
su propio e insaciable beneficio. Aparecen, entonces, los gobiernos como
simples marionetas en manos de esos señores oscuros. Y se justificaría de esta
forma antidemocrática el grito repetido de “¡No nos representan!”. Y contra ese
colectivo, los políticos profesionales que bloquean (o no son sensibles) a una
ya más que inaplazable participación activa y directa de los ciudadanos, es
contra la que va el grito y el espíritu del M-15-M.
La exigencia de
participación directa, efectiva y dinámica, es lo que está en la base del
movimiento 15-M. Es ya una evidencia innegable que el futuro no se parecerá en
nada al pasado, con otra forma de hacer y participar en política. Los medios
informáticos son una poderosa herramienta y una mayoría de los ciudadanos, más
comprometidos y sensibles, no están dispuestos a permanecer ausentes de la
ciudad que han creado, en cuya geografía han crecido y vivido, y que en
definitiva les pertenece.
La evidencia y la ineficacia ha demostrado que
las estructuras cerradas de los partidos políticos ponen plomo en los pies de
un Parlamento, que soporta impasible manipulaciones (como las falsas
“herencias”, de la que las oposiciones parlamentarias no son ni inocentes ni
ausentes), cuentas públicas opacas que no soportan un análisis riguroso y
realista y, sobre todo, corrupciones de todo tipo que se repiten inmunes. Con
un paro juvenil que no para de crecer, una diáspora de titulados que van a
volcar su formación a precio de saldo fuera de nuestras fronteras y con los
cauces de participación cegados o ralentizados hasta la desesperación, ¿nos
podemos extrañar de la indignación de los Indignados?
La razón última es contundente: si el Sistema es
la perpetuación de los privilegios de todo tipo (Iglesia, políticos corruptos,
banqueros impunes y otras faunas indeseables); si el Sistema es no poner coto a
los paraísos fiscales, indultar a costo de segundas rebajas a los evasores ni
gravar hasta el mismo nivel a los que juegan a la especulación usando humo,
mientras las rentas del trabajo soportan el grueso de la carga fiscal; y si se
puede contabilizar como “pérdidas” cualquier enjuague contable; identificarse
como “Antisistema” es, entonces, simplemente una necesidad vital y no un
delito.
Francisco González de Tena
Doctor en Sociología
Madrid, 13 de Mayo, 2012
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