Hoy
quiero compartir con vosotros una reflexión sobre una experiencia vivida en la
carretera. Tiene aplicación parabólica en nuestro propio entorno.
Ayer, viernes y víspera de otro
largo puente por el día de San Isidro (¿cuándo pondremos coto a este
despilfarro en falsos honores a una práctica religiosa minoritaria?) las
carreteras de salida de Madrid estaban abarrotadas, sin duda por la crisis. La
mayoría de los coches a nuestro alrededor se comportaban con resignada
paciencia, advertimos maniobras alocadas de un coche con falsa apariencia de
deportivo, un espécimen vulgar del “quiero y no puedo”. Accionaba el claxon con
impaciencia e incluso trató en un par de peligrosas maniobras de desplazar al
coche que le precedía. Evitamos entrar en pugna con tan peligrosos y suicidas
ocupantes y los dejamos que prosiguieran su camino, sin duda basados en la idea
de sentirse los dueños absolutos de una carretera que, por fuerza, ocupamos
miles.
Mientras
observamos cómo acosaba a los ocupantes de otros vehículos que debía aparecer
sin duda a sus ojos, como intrusos en un espacio que ya era como de su
propiedad exclusiva, recordé el comportamiento de algunas personas de los casos
de niños robados, que se presentan a sí mismos como los únicos representantes
posibles de los afectados de toda España, y se supone que también de todo el
orbe mundial. Su afán de ocupar todo el espacio posible resulta peligroso para
los que estamos dedicando años y esfuerzo sin reclamar ninguna
contraprestación, y sabiendo que el primer espacio les corresponde a las
verdaderas, no dudosas, víctimas de este drama colectivo. Queda un larguísimo e
inseguro camino por recorrer y lo que menos ayuda son posturas exclusivistas,
sobre todo por el obligado protagonismo institucional adoptado por el Gobierno
sin duda previendo responsabilidades internacionales inmediatas.
A un interlocutor hace muy poco
que me preguntaba cómo podía soportar la presencia de personajes ineficaces,
que enredan asuntos delicados con daños jurídicos en principio irreparables, le
respondí que “ni me ayuda ni me estorba”, simplemente le podemos ignorar. Como
en la carretera de la metáfora todos los conductores llevamos un destino
previsto; coincidiremos durante un trecho de la carretera común, y en esos
momentos lo mejor para todos es no estorbarnos mutuamente, lo cual se traduce
en una colaboración práctica. Sólo los que lleven
un destino coincidente acompasarán, por interés común sus maniobras. Para el
resto, sobre todo para los más suicidas y peligrosos, es necesario aplicar la
frase muy común en mi tierra: “Cuando a un tonto lo colocas en un carril, el
carril se acaba pero el tonto sigue hasta que se mata”. También es muy
conveniente recordar otro sabio y viejo adagio: “Quien con niños se acuesta,
……. amanece”, y esto hace referencia tanto a estas estrellas fugaces, en busca
de una cámara, como a los medios (llamados de forma impropia “de comunicación”)
que sólo buscan noticias impactantes que les reporten audiencia. Toda persona,
víctima o no, que haya tenido alguna relación temporal con individuos sin
escrúpulos en el uso y abuso, la mar de evidentes, sabrá poner prudentemente
tierra por medio.
Persigamos honradamente
nuestros objetivos y, de paso, ayudemos a todo aquél que maniobra de buena
voluntad. A los oportunistas, intrusos y demás especímenes, apliquémosle el
dicho cordobés reproducido.
Francisco González de Tena
Representante institucional de Colectivo Sin Identidad
Madrid, 12 de Mayo 2012
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